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La universidad absurda. Bajo un moderno vestido de racionalidad, se esconde un mundo absurdo. Vivimos la oportunidad histórica de transformarlo

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Universidad y movimientos sociales: la universidad absurda y la esperanza de las praxis universidad-calle

La universidad constituye un espacio de privilegio para colaborar en la eclosión de otros mundos posibles, centrados en la promoción directa de bien común. En su lugar, se encuentra sumergida en procesos que la desnaturalizan y en tal grado contraproducentes, que puede ser concebida como la universidad absurda. En paralelo, los movimientos sociales surgen mucho más cercanos del anhelo de bien común, con una densa experiencia de acción. La confluencia de universidad y movimientos sociales puede abrir una puerta a la esperanza de un engendro mixto, potente y decididamente orientado al mundo mejor necesario.


Movimientos sociales, universidad, ovejas y lobos

En un prado

Supongamos la existencia de diez ovejas, un prado verde, un pastor y un lobo. Tal vez no sea necesario continuar con el relato. Una de las caras de la educación es la de perpetuar el estatus quo, ayudando a introyectar el orden establecido. 


Con los estímulos indicados, sabemos que las ovejas son víctimas; el lobo, verdugo; el prado, un sustento pasivo; y el pastor, un líder responsable. Como metáforas, las ovejas son la extensa y creciente población de urbanitas; el lobo, un peligro difuso y temible, como podría ser la inestabilidad reificada de los mercados; el pastor, un gobernante autoritario que salvará del peligro a condición de algunas necesarias restricciones de libertad; y el prado, un aséptico contexto científico-tecnológico-legal. 

Pongamos, no obstante y siguiendo los estándares, que las ovejas desean pastar por el prado, el lobo desea comer ovejas y el pastor, evitarlo. Sean más creíbles o menos, tienen carta de solución cercar a los lanudos, contratar vigilancia, matar al lobo, alimentarlo, domesticarlo, enseñar defensa personal a las ovejas, mudarse de prado, estimular la fraternidad entre ambas especies, crear cárceles para lobos, aunque las terminen ocupando las ovejas... 

Para mostrar nuestra condición de seres de este tiempo, tal vez la solución más recomendable sería hacer competir a las ovejas entre sí, establecer un ranking (con criterios objetivos cuantificables, como la longitud del rabo en centímetros) y, finalmente, que la última pague la ofensa de su existencia sirviendo de sustento al carnívoro. Es más, siendo fieles a esta época, las propias ovejas pagarían el coste de elaboración del ranking y los honorarios de la empresa responsable (por cierto, gestionada por el lobo).

Un ejemplo de solución absurda sería que el pastor decidiera pintar de magenta el techo de su cocina. Hasta donde sabemos, ese acto no guarda ninguna relación con la protección de las ovejas. Un subtipo de decisión absurda que además resulta contraproducente, sería pedir al lobo que vigile.

Esta invitación inicial a la imaginación con metáforas, tiene varios cometidos, todos ellos instalados en el comportamiento de la universidad hoy. Lo desgranamos en los siguientes epígrafes.


Racionalidad emotivo-estratégica

En primer lugar, si bien la educación tiene una faceta perpetuadora del orden establecido –educación domesticadora–, ejerce también como estimuladora de otros mundos posibles –educación transformadora–. 

Desde esta perspectiva, los movimientos sociales pueden ser concebidos como espacios estratégicos de intervención socio-educacional y de acción cultural, plenamente instalados en procesos de educación transformadora (Bacal, 2010). 

La universidad, por su parte, tiene la misma misión, esta vez no solo desde una perspectiva educadora, sino también investigadora, ambas plenamente fundidas en el objetivo de construcción de bien común (Manzano-Arrondo, 2012). 

Esta circunstancia constituye un primer punto de apoyo para observar con naturalidad que universidad y movimientos sociales (en adelante UMS) están llamados a trabajar codo con codo en una relación dialógica, que no anteponga unos modos de saber frente a otros (Codina y Delgado, 2006). El trabajo de UMS quedaría instalado perfectamente en una racionalidad estratégica, consciente del destino común planetario (Morin, Roger y Domingo, 2001), que incluye la dimensión emocional, especialmente como ética del cuidado (Boff, 2001). 

En definitiva, pues, la metáfora nos da pie a soñar la colaboración UMS como resultado de:

1. Una clara, contundente, explícita y protagonista orientación hacia el bien común.

2. Que pone horizontalmente en juego lo que le es propio a cada parte: gestión del conocimiento por la universidad (Ellacuría, 1999), acción por los movimientos sociales (Galafassi, 2006), y delimitación de objetivos y procesos por parte de ambos.

3. Y que considera una actitud estratégica, con elementos tradicionalmente enfrentados: razón y emoción, ciencia y arte, universidad y calle, local y global (Manzano-Arrondo, 2012).

Los modelos de Investigación-Acción Participativa (por ejemplo, Balcázar, 2003), Aprendizaje-Servicio (por ejemplo, Strier, 2011), Co-investigación (Malo, 2004) o Unidades de Acción Comprometida (Manzano-Arrondo y Suárez, en prensa), son algunas de las concreciones que se observan a partir de los tres puntos que definen la praxis UMS.


La dimensión de lo absurdo... y más allá

El comportamiento habitual en la universidad no se encuentra instalado en el marco anterior. Un grueso de actividad se centra en pintar los techos de color magenta.

Los movimientos sociales manejan problemas concretos en contextos definidos (sean locales o globales) con interés por la visibilidad. Si bien estos elementos constituyen buenas guías para no perder el rumbo, los movimientos sociales pueden ser fagocitados y domesticados, incluso caer en competencias internas y lucha por la energía escasa de la membresía. Tal es el caso que puede llegarse al absurdo de que la existencia de los movimientos sea normalizada y, con ello, sustente el imaginario de un marco político liberal globalizado que no se entiende sin la coexistencia de los movimientos (Arias, 2008). Este peligro tiene una ocurrencia más difícil en la medida en que los movimientos se encuentren articulados o comunicados entre sí y con la cara cruda de la realidad, en cuyo seno resulta ideal la concreción de la praxis UMS.

Por esta conexión real, el absurdo no anida en los movimientos sociales, sino principalmente en la dimensión académica.

El mundo académico se siente más cómodo en el manejo de ideas, teorías y modelos, con una utilidad invisible o ánimo difuso de aplicabilidad e interés por el conocimiento en sí mismo. Por ello, la fuerte compartimentación de la universidad (Greenwood, 2012) y su tradición simplificadora (Morín, 1995) constituyen un caldo de cultivo ideal para el campeo del absurdo.

Un buen ejemplo de este juego es la creciente asfixia a la que se somete a los miembros de la academia, para publicar en revistas indexadas en el Journal Citation Index (Urcelay y Galetto, 2011). 

Bermejo (2014) lo expone magistralmente como ejemplo claro de servidumbre: los miembros de la academia implican su fuerza de trabajo para investigar con fondos estatales y redactan textos científicos; envían estos textos a las empresas propietarias de revistas bajo condiciones asombrosas: la propiedad pasa a ser de la empresa, que no solo no paga por el producto del trabajo sino que incluso puede llegar a cobrar por ello; y las instituciones de investigación terminan volviendo a pagar para acceder a las revistas cuyo contenido han nutrido.

El panorama supera el simple absurdo y queda notablemente exagerado al observar los sistemas de regulación del contexto académico. Todo comienza cuando gobiernos nacionales y entidades económicas supranacionales se alían para planificar el comportamiento de las universidades (Jarab, 2008). 

Deciden entonces orientarlas hacia las necesidades mercantiles (Andrés y Manzano-Arrondo, 2004) y establecen un férreo sistema de control que mantiene en una constante sensación de inseguridad a los miembros de la academia (Ball, 2003), como no respondan positivamente a las reformas. 

El control se concreta a través del lucrativo negocio de la evaluación de la calidad (Miguel y Apodaca, 2009), que termina valorando la conducta académica básicamente a través de una fuerte reducción que implica la publicación de artículos en revistas JCR (Mateo, 2012). 

En definitiva, la fortaleza de la institución de educación superior para cambiar el mundo queda no solo anulada, sino que se orienta hacia la connivencia con los agentes que han transformado en planeta en un inmenso espacio de negocio. En el camino, la universidad se desnaturaliza, se prostituye y se hunde en una suma de movimientos individuales de autosalvación.

De cuanto pueda definirse en torno a lo absurdo aplicado a la universidad, lo más destacable es lo que afecta a su dejación de responsabilidad. Se trata de la institución del conocimiento por antonomasia. Los problemas del mundo requieren conocimiento para ser identificados, acotados, explicados y solucionados. 

¿Dónde se encuentra la universidad en estos cometidos? Sus miembros han asumido mayoritaria y acríticamente un capitalismo académico en el que cada individuo busca su propio provecho, perdido en una maraña de relaciones que les resulta no solo insondable, sino también indiferente. 

Pierden el sentido último de sus actos y aceptan unas reglas del juego que exigen la competición sin tregua para escalar posiciones en rankings inhumanos. El funcionamiento es pernicioso por cuanto la obcecación individual ha fortalecido el sistema y cada vez es más fácil sentir la presión por obedecer individualmente y menos la valentía de resistir colectivamente. 

Mientras, los problemas urgentes, eternos, sistemáticamente abandonados (la paz, sin ir más lejos), siguen esperando no solo una ciencia que por fin les atienda, sino una academia que no se autolimite en la estrecha dimensión de la creación teórica.


Una mirada de esperanza

Los movimientos sociales constituyen una promesa de frescura para la universidad. Tienen las alforjas cargadas de experiencia, realidad urgente, pie de calle, descripciones, fuerza y objetivos. Es desesperante que sigamos implicando energías en mantener las fronteras que separan las cotidianidades de ambos agentes. 

La universidad, por su parte, puede mutar su relación histórica con los movimientos sociales. Hasta la fecha, estos han sido abordados como objetos de estudio, ante los que cabe mantener distancia, asepsia, objetividad, neutralidad e imparcialidad (Manzano-Arrondo, 2014). 

Necesitamos más posicionamiento. No es cuestión de construir trincheras. La universidad no está para eso, sino para cambiar el mundo desde el saber (Ellacuría, 1999), para construir una ciencia que no se centre en explicar lo que ocurre sino cómo cambiar lo que ocurre (Holloway, 2002). Dado que lo suyo es el conocimiento, tiene la inconmensurable potencia que implica ponerlo todo él al servicio de ese bien común tantas veces mencionado. Para ello, confluir universidad y movimientos es una asignatura tan pendiente como necesaria.

En "La Universidad Comprometida" (Manzano-Arrondo, 2012), se propone un sistema muy básico, aun por desarrollar, para estimular el grado en que la universidad considera a los movimientos sociales en su docencia (1.Ausencia, 2. Opinión, 3. Explicación, 4. Contacto, 5. Inmersión y 6. Conjunción), investigación (1. Ausencia, 2. Motivo, 3. Devolución, 4. Cambio, 5. Participación y 6. Conjunción) y gestión institucional (1. Ausencia, 2. Colateralidad, 3. Intencionalidad, 4. Implicación, 5. Presencia y 6. Conjunción). La fase de conjunción implica un trabajo dialógico entre los testigos de la calle y los miembros de la universidad, diseñando objetivos, temarios, investigaciones, desarrollos, herramientas... Es el destino que más sentido otorga a la institución de educación superior en este momento histórico donde cada vez es más visible la oportunidad histórica de cambio.

Bajo un moderno vestido de racionalidad, se esconde un mundo absurdo. Vivimos la oportunidad histórica de transformarlo.



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