"Una educación crítica no puede desarrollarse nunca en un contexto académico apoyado sobre unos valores hegemónicos que contradicen la finalidad de formar a unos ciudadanos críticos y rebeldes frente a las situaciones de injusticia [...] He aquí un serio reto para la universidad, si es que todavía pensamos que esta institución debe servir para el desarrollo de un conocimiento crítico y ser un revulsivo intelectual para la sociedad, un lugar donde formar mentes rebeldes."
"Al gobierno en el poder, le interesa que los ciudadanos sean creativos, que tengan un pensamiento divergente a la hora de buscar soluciones a sus problemas habituales o que sean capaces de “emprender” nuevas formas de trabajo, de manera que el Estado quede libre de responsabilidades como las del pleno empleo o de procurar unas condiciones laborales justas para los trabajadores. Pero ya no interesa tanto que el ciudadano tenga capacidad crítico-social para enjuiciar y rechazar unas decisiones políticas injustas o una reforma laboral que sólo piense en las necesidades estructurales de los poderosos, o en mantener un orden económico al servicio del capital. Por eso, la política educativa actual utiliza frecuentemente términos como “emprendedores”, “esfuerzo”, “responsabilidad”, “autoridad” y asocia el pensamiento crítico con el creativo, ignorando cualquier corriente educativa que plantee la enseñanza de una actitud y una capacidad de crítica social frente a las desigualdades crecientes, frente a los abusos del poder (económico y político), frente a las injusticias derivadas de unas reformas estructurales que sólo sirven para apuntalar un sistema capitalista que precisa mantener (o aumentar) la desigualdad social para su pervivencia…".